Arte y Ciencia en el Karate. (Continuación)


La mayoría de la gente piensa erróneamente que existe una gran diferencia entre el arte y la ciencia, cosa que no es verdad. La división entre el arte y la ciencia concierne una polarización integrada muy peculiar. En realidad, ambos son dos aspectos distintos de la misma cosa. Lo que entendemos por ciencia en realidad no es mas que arte con información progresiva, mientras que lo que entendemos por arte es ciencia con información instantánea. Elevando este concepto aún mas, y hablando metafóricamente, podemos afirmar que si las puertas de nuestra distorsionada percepción fuesen lavadas, y hechas totalmente diáfanas y claras, todo nos parecería como realmente es: uno, simple, unificado, e infinito. Esa unidad, en esencia, constituye la base del Zen.

El arte no es un espejo objetivo que refleja fielmente la realidad, sino mas bien una especie de martillo subjetivo que moldea y da forma a la realidad. Lo ideal consiste en intentar extender un puente conceptual entre la fría objetividad del espejo y la cálida subjetividad humana del martillo, de tal manera que no solo se pueda acceder a las reflexiones del espejo, si no también a una infinidad de nuevas ideas, formas, y creaciones. En ese puente colgante, y a mitad de camino, y con espejo y martillo en mano, es posible que en algún momento se encuentren cara a cara con la realidad.

Cualquier persona que estudia una disciplina o aprende a expresar una forma de arte, debe saber entregarse - en cuerpo y alma - al juego, a la practica, a la experimentación, y al entrenamiento para aprender a lograr expresar su autentica percepción de la realidad así como su capacidad interpretativa. Solo se aprende concibiendo, jugando, haciendo, superando límites, fracasando ... e intentando una y otra vez. Miremos como miremos nuestras creaciones artísticas, el resultado final siempre será el mismo: todo lo ideal poseerá una base natural, y todo lo natural poseerá una base ideal. De ahí que el Zen nos hable de una mente limpia y diáfana con la capacidad para estar en contacto con todo simultáneamente ... sin mas.

Existe una diferencia abismal entre los proyectos que imaginamos realizar o que planeamos desarrollar y los que realmente logramos llevar a fin. Es como la diferencia entre un romance fantaseado y uno verdadero. Podemos tener grandes proclives creativas, pero por definición no puede haber creatividad a menos que las creaciones abstractas cobren vida y tengan una existencia real.

La expresión: “la práctica lleva a la perfección”, encierra sutiles y serios errores conceptuales e inferenciales. Más bien debería decir: “la práctica perfecta lleva a la perfección”. No obstante esta segunda afirmación tampoco es correcta a efectos artísticos. La práctica del Karate se suele realizar en un contexto especial para preparar una determinada actuación en el mundo real. Pero si separamos la práctica de lo que es real, ninguna de las dos será muy real. A causa de esta separación muchos han aprendido a odiar la práctica del Karate por la monotonía y los ejercicios aparentemente aburridos. No obstante, la parte más frustrante y agónica del trabajo creativo surge cuando nos acercamos al abismo entre lo que sentimos y lo que somos capaces de expresar a través de nuestra técnica.

Cada técnica del Karate Tradicional Shotokan puede ser concebida como una joya o bien un diamante que precisa constantes cuidados y pulimento para expresar su debido valor. Luego esos diamante se juntan convenientemente en una Kata para formar una joya integrada de valor y proporción aún mayores. Para que nuestras técnicas se asemejen a verdaderas joyas, nuestros sentimientos también deben poseer el valor de joyas. Arte y ciencia, unidos en un "uno" nuevamente. El Ki (espíritu/alma) interior del karateka siempre precede a la ejecución de la técnica. Esta expresión y proyección del Ki se denomina Kitoh y posee considerablemente mas fuerza de expresión, impresión, e impacto que la técnica biomecánica en sí.

Sin duda alguna, una correcta ejecución técnica puede servir de puente para cruzar el abismo entre nuestros sentimientos y lo que expresamos en nuestra técnica. También puede hacer que se torne más infranqueable. Cuando concebimos la técnica como “algo” que hay que lograr, caemos otra vez en la dicotomía entre “práctica” y “perfecto,” lo cual nos conduce a un sinfín de círculos viciosos en cuya base siempre está el miedo a la perfección inalcanzable que paraliza al practicante. La esencia consiste en lograr la capacidad para integrar y expresar nuestro texto intelectual y espiritual dentro de un contexto técnico.

En ocasiones, por exceso de análisis, la técnica puede tornarse demasiado rígida y es posible que nos dediquemos tanto a analizar y saber como hay que hacerlo que nos alejamos de la novedad fresca, fluida, y creativa de la situación actual. Este es precisamente el peligro inherente a la competencia exclusivamente técnica que adquirimos mediante una práctica artísticamente miope a la expresión personal del practicante. Toda competencia técnica que pierde el sentido de sus raíces en el espíritu libre, juguetón, creativo, y fluido, se oculta tras una rígida y distante frialdad que no convence.

La idea occidental de la práctica es un sistema lineal y rígido que consiste en adquirir destreza técnica. Está muy relacionada con nuestra ética que nos exige soportar la lucha, el estudio, o el aburrimiento, en aras de las recompensas futuras. La idea oriental de la práctica, en cambio, es un sistema abierto y flexíble que consiste en crear a la persona, o más bien actualizar o revelar a la persona completa que ya está allí. No es una práctica para “algo”, si no una práctica total y suficiente en si misma. En el entrenamiento del Zen se habla de barrer el suelo, caminar, comer, o simplemente sentarse y no hacer nada (Zazen), como práctica.

Cuándo logramos eliminar las categorías artificiales de la práctica, convirtiéndola en un todo indivisible, cada movimiento que realizamos es a la vez una exploración y una expresión total del espíritu. Por más expertos que nos volvamos, necesitamos practicar con la mentalidad del principiante. Así recuperamos la inocencia, la curiosidad, y el deseo que nos impulsaron a comenzar la práctica del Karate. Así descubrimos la necesaria unidad del espíritu, la práctica, la ejecución, y la actuación.

La práctica del Karate no es solo necesaria para el arte; sino que es arte en sí misma. Si en algún momento la práctica nos parece aburrida, no nos alejemos ni nos escapemos de ella, pero tampoco debemos tolerarla. Hay que transformarla en algo que nos convenga para nuestro crecimiento personal. Si nos aburrimos debemos cambiar a otra técnica, luego debemos modificar el ritmo y la velocidad; después la fuerza y la potencia; a continuación las pausas y los silencios; y finalmente la respiración, la transmisión, y la expresión de kime (el enfoque físico y psíquico de la técnica). Si el resultado no es de nuestra satisfacción, tenemos el poder de intentarlo otra vez. En cualquier momento podemos adoptar la técnica más básica y darle la vuelta y personalizarla hasta que se convierta en algo atractivo, autentico, y real.

El proceso anterior requiere un delicado equilibrio dinámico tanto físico como psíquico ya que por un lado es muy peligroso separar la práctica de la “cosa real”; y por otra parte, si comenzamos a juzgar críticamente lo que hacemos, no tendremos un espacio protegido para experimentar. Nuestra práctica tiende a oscilar entre estos dos polos. Lo difícil, como hemos dicho anteriormente, es integrarlos en un "uno".

Como el orden es la base de la creatividad, la práctica ordenada y metódica del Karate otorga a los procesos creativos un empuje sostenido, de manera que cuando aparezcan los procesos imaginativos éstos pueden ser incorporados a nuestra imaginación, como un proceso personal de maduración y crecimiento. Lo importante, como dijo Gichin Funakoshi, es intentar perfeccionar nuestro carácter mediante el establecimiento de una relación mas profunda, íntima, compasiva, y autentica con nosotros mismos.

Si bien el famoso adagio de Tomas Edison sobre la inspiración y la transpiración es absolutamente cierto, en realidad no existe dualismo entre ambas cosas; la transpiración viene con la inspiración y además es en sí misma inspiradora. En realidad la práctica es la unión entre el conocimiento y el sentimiento interno, y la expresión de la acción. Con la práctica, el karateka se siente obligado a intentar hacerlo cada vez mejor y a expresar su sentimientos internos con mayor sinceridad y nitidez.

Cabe recordar que en la práctica el trabajo realizado es esencialmente un juego y por lo tanto intrínsecamente gratificante. Es sentir la presencia de nuestro niño interior que reiteradamente pide permiso para continuar jugando de forma adictiva solo un minuto más. En realidad, cuando estamos bien y trabajando en lo que nos gusta, mostramos muchos síntomas de la adicción, solo que se trata de una adicción que nos da vida en vez de quitarla.

Todo artista, para crear, precisa dependencia de la técnica y a la vez libertad de la técnica. Practicamos mes tras mes y año tras año hasta que nuestra técnica deja de ser consciente para convertirse en inconsciente. Si tuviéramos que pensar conscientemente en las técnicas y sus variadas y complejas secuencias nos confundiríamos y literalmente nos perderíamos en el proceso.

Por esto la práctica del karate es una especie de flujo dinámico a modo de "toma y daca" entre nuestra mente consciente y la inconsciente. La información técnica del “cómo hacerlo”, de tipo deliberado y racional, llega por una larga y sostenida secuencia de concepción, repetición y corrección desde la consciencia a la inconsciencia, de modo que finalmente podemos hacerlo sin tener que pensar en ello.

Cuando el aprendizaje de la técnica llega a cierto nivel, se oculta en el inconsciente, y en consecuencia la mente inconsciente es revelada. En realidad, la técnica es una especie de vehículo con capacidad para transportar a la superficie un material inconsciente que normalmente pertenece al mundo de los sueños, el deseo, y los mitos, de manera que se haga visible. Más que todo, la práctica artística del Karate comienza cuando uno es capaz de entrar en su propio espacio de juego como un niño pequeño divirtiéndose libremente sin juicios o inhibiciones. Un espacio psíquico bien delimitado y sin miedo, dentro del cual se aplican normas y reglas especiales, y donde los acontecimientos pueden suceder en total ausencia de una censura externa o interna. Por este motivo la práctica es en realidad un sofisticado laboratorio en el que todos experimentamos nuestra propia consciencia. Incluso los bloqueos a la creatividad y su resolución pueden considerarse partes de la práctica, así también como el poder simplificar y ordenar la mente.

Cuanto más nos aproximamos a ser nosotros mismos, más real, profundo, original, y artísticamente autentico y universal será nuestro mensaje. Significa convertirnos en el origen de algo real y único, algo que actúa libremente desde su propio e inimitable eje central, y que expresa su mensaje con su única y autentica voz.

Ahí confluyen y se unen el arte y la ciencia, y ahí también radica el verdadero perfeccionamiento del carácter.

fuente: Guillermo A. Laich de Koller

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Respetar a todos y a las personas que no practican tu estilo y/o pertenecen o no a otra federación, es fundamental.
No se hace distinción de estilos, federaciones, organizaciones y asociaciones.
Nadie es tan perfecto para criticar a los demás.
David Vallejo (Budokan Sevilla Dojo) www.budokansevilla.com